Erdibre era el cocinero de Obbatalá. Como era muy
inteligente, no sólo hacía su trabajo más rápido que el resto de los sirvientes
de la casa, sino que también era capaz de preparar un plato exquisito con
cualquier ingrediente que tuviera a mano.
El resto de la
servidumbre lo envidiaba. Por ello se pusieron a difamarlo constantemente:
“Este nunca trabaja; parece que en la cocina no hay nada que hacer”, decían a
diario. Los comentarios malintencionados de sus compañeros llegaron a oídos de
Obbatalá quien, dándole crédito a tanta calumnia, tomó la decisión de echar al
eficiente cocinero de su casa.
Sin empleo y pasando
vicisitudes de todo tipo, Erdibre andaba deambulando por las calles, hasta que
se tropezó con Orunla. El sabio le aconsejó que se bañara, se afeitara y
anduviera vestido de limpio con una jaba en la mano por todo el pueblo.
Que fuera al mercado y preguntara el precio de las
mercaderías, aunque no comprara ninguna. En fin, que se comportara como si
estuviera haciendo algo, como si hubiera conseguido otro empleo. Al día
siguiente, Erdibre apareció en el mercado con su jaba en la mano muy diligente.
En los días sucesivos
lo vieron por aquí y por allá, siempre apurado y bien vestido. Como los seres
humanos son tan chismosos, no faltó alguno que le contara a Obbatalá qué era de
la vida de su antiguo cocinero.
Fue tanta la
curiosidad que le entró a Obbatalá que comenzó a recapacitar sobre los
servicios que le prestó aquel hombre cuando trabajaba en su casa. Al fin,
convencido de que nunca tendría un cocinero con tantas virtudes, lo llamó y le
dijo:
–Mira, yo sé que no
te falta trabajo, pero necesito mucho tus servicios, estoy dispuesto a pagarte
el doble si accedes a volver a mi casa. Así Erdibre venció a sus enemigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario